Leer | FILIPENSES 3.7-10
Julio 19, 2011
Dios creó al hombre y a la mujer para que se relacionaran con Él. El tipo de comunión que disfrutaron Adán y Eva con el Señor, es también la que estaba destinada para nosotros. Pero después de entrar el pecado en el mundo, todo cambió. La relación que Dios quería tener con la humanidad se rompió, y esa dañada condición ha pasado de una generación a otra.
Pero, como sabemos, ese no es el final de la historia. Dios envió a su Hijo Jesucristo a morir en nuestro lugar para que nuestros pecados pudieran ser perdonados, y para restablecer nuestra relación con Él. Por la fe en Cristo, somos adoptados en la familia de Dios y pertenecemos a Él para siempre, tal como Él quiso que fuera originalmente.
Pero, ¿qué sucede, entonces, si después de ser salvos, no profundizamos en nuestra relación con Él? Algunos cristianos pueden perder su fervor inicial por el Señor; dejar de leer la Biblia y de asistir con regularidad a la iglesia. Quizás otros tratan de concentrarse en el Señor, pero dejan que los asuntos terrenales los distraigan. Con el tiempo, algunos cristianos se sienten bien con lo que les resulta cómodo y familiar. Tristemente, desaprovechan el profundo gozo que Dios quiere darles. Pero aquellos que hagan de Jesús la prioridad de su vida, tendrán una relación más profunda que sobrepasa cualquier vínculo terrenal.
La comunión con Dios hizo que el alma de David quedara "satisfecha como de un suculento banquete" (Sal 63.5 NVI). Pablo veía sus logros como nada en comparación con "la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús" (Fil 3.8). Acérquese al Padre celestial, y experimente la bendición de conocerle.
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